Si dijéramos que la música de piano de Aufang es electrónica estaríamos incurriendo en un oxímoron, muy posiblemente. Pero aunque no lo es, por motivos obvios –salvando los rastros de percusión y los puntuales arreglos sintetizados de Aymeric Westrich, tercera pata de este proyecto completado por Francesco Tristano y Rami Khalifé, ambos pianistas educados en las mejores escuelas del planeta, como la Julliard de Nueva York–, está claro que la intención del grupo sí es electrónica, en el sentido de que con la forma de tocar, el modo de pulsar los pedales y de distorsionar la textura de la nota por todos los medios posibles –manuales, pedestres y artificiales, preparando el interior del piano con libros y otros útiles para trucar la caja de resonancia del instrumento rey–, la música acaba por sonar distinta a como un piano debería ser en verdad, y más a como sería de tramarse una post-producción en estudio con ProTools, que fijo que algo hay. Pero que nadie se sorprenda, tampoco: Aufgang no hacen más que poner en práctica la teoría que dictó John Cage. Lo importante es lo que va más allá de esa lección para principiantes en vanguardia: el álbum se va también hacia el nervio del techno, la dispersión del jazz y la abstracción de la música contemporánea, y no es ninguna idea de bombero. Funciona.
Aufgang es un trípode, como decíamos, pero la pata fuerte es Francesco Tristano Schlimé, colaborador de Carl Craig, prestigioso intérprete de Bach, responsable de dos álbumes en el sello Infiné –"Not For Piano", que incluía versiones al piano solo de Autechre o Jeff Mills, y el sorprendente "Auricle Bio On", en el que se desintegraba el sonido de miles de notas en sustancia post-techno para sonar a dub líquido marca Basic Channel– y, como pata fuerte, líder ideológico de un proyecto que arroja y apelmaza ideas de la música barroca, el free jazz, la IDM, el dodecafonismo y el techno de Detroit: la música que le gusta. Parece un potaje indigesto con estos ingredientes, pero lo cierto es que "Aufgang" se sale con la suya porque en algo tiene razón el barcelonés de adopción y luxemburgués de pasaporte: Bach y Warp están mucho más cerca el uno del otro de lo que se piensa. Las nueve piezas del álbum parte de la misma noción de viaje y abstracción que comparten la música clásica y la de baile: el sonido como esencia pura, formas libres y destino impreciso, y en el caso de Aufgang con más razón, pues muchos momentos parecen improvisados, o arrancados de una jam session en la que Tristano y Khalifé se hayan dedicado a aporrear las teclas, trabajando más el ritmo –las cuerdas como percusión– que no la armonía o la melodía, básicamente porque la melodía, de haberla –"Channel 7" sería uno de los pocos ejemplos–, es circunstancial, un adorno por accidente y no por gusto.
"Channel 7", de hecho, es buen resumen de lo que sería el disco entero: textura de piano atropellada –vivaz, o con brío, como se escribiría en los márgenes de una partitura–, en la que las cuatro manos aprietan teclas como si fueran la piel del tambor, utilizándolo como una percusión o como un bajo contínuo, ese concepto de la música barroca –recordemos que el músico favorito de Tristano es Bach, y que como Glenn Gould aspira algún día a poder grabar en CD toda la música para teclado del genio de Eisenach– que tan bien ha sabido reciclar la música de baile. Pero cuando parece que todo va a ser una fantasía de pianos felices y trepidantes, los chicos de Aufgang desempolvan la notación dodecafónica, aparcan la tonalidad, y dejan que el tema, sencillamente, se desintegre en lo aleatorio, en frases musicales en las que la ortografía es premeditadamente incorrecta. Y así es el resto del álbum: mientras por momentos se acentúa lo barroco, como si Purcell hubiera tenido sintetizadores para componer ("Barok"), y en otros instantes se persigue una vibrade discoteca a las seis de la mañana, como ese "Sonar" con bombo technoide macizo y un riego de corcheas que se parecen a una versión de conservatorio del mítico "Strings Of Life" de Derrick May. No hay unidad, pero es la dispersión entre dodecafonismo y aleatoriedad cageiana ("Channel 8"), impresionismo con beats downtempo ("Prelude") y arranques raver (el final de "Sonar") lo que da consistencia y personalidad a un trabajo que quiere ser la suma de muchas cosas –"Good Generation" tiene un toque cósmico, "Aufgang" (el tema) tiene mucho de Carl Craig y "3 Vitesses" es lo que hubiera sucedido si Arnold Schönberg hubiera compuesto a pluma el "Windowlicker" de Richard D. James–, y que consigue abrirse camino tropezando, pero en una línea recta y decidida. Sería raro que en un club sonara esta música de piano, pero escuchado en casa es cuando efervescen las neuronas.
Javier Blánquez
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